Si juzgamos por la popularidad de las famosas últimas palabras, hay mucha presión para que en su último aliento usted sea muy listo. O profundo. O uno de los dos. O ambos, si puede lograrlo. Al fin y al cabo, éstas van a ser sus últimas palabras —su última contribución de su perspectiva para compartir con el mundo. Ellos van a recordar estas palabras mucho después de que usted se haya ido.
Probablemente.
Bueno, tal vez.
Está bien, hay buenas probabilidades de que todos van a olvidarlas o recordarlas mal, o sustituirlas por algo totalmente apócrifo. Pero no se preocupe, usted está bien acompañado. El Internet y algunos libros de citas, le dirán que Beethoven dijo en su lecho de muerte: “Oiré en los cielos” o que Groucho Marx exclamó: “¿Morir, querida? Ésta es la última cosa que voy a hacer” y que Oscar Wilde se quejó: “este papel pintado será mi muerte —uno de los dos se tendrá que ir”. Pero no hay mucha evidencia para respaldar estas citas de últimas palabras. De hecho, en algunas últimas palabras muy populares, hay cierta evidencia de que no fueron dichas nunca.
Ah, bueno.
Hay muchos esfuerzos por lograr que sus últimas palabras cuenten. Por mucho que las llenemos de romanticismo, la historia muestra que los comentarios en el lecho de muerte raramente sobreviven intactos la huella del tiempo —y la verdad es que hay otras palabras que tienen mucho más peso del que usted pudiera creer antes de que esta vida termine.
Hablemos de eso mejor.
Dos parábolas acerca de dos clases de siervos
Hace mucho tiempo, Jesús les contó a sus discípulos historias acerca de “un hombre que yéndose lejos, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes” (Mateo 25:14). Con esa entrega vino una responsabilidad —en una parábola similar, el hombre les dijo a sus siervos: “negociad entre tanto que vengo” (Lucas 19:13). En una parábola, a los siervos les dan talentos, en tanto que en la otra, les dan minas —dos medidas de dinero en el mundo antiguo.
Algunos siervos obedecieron a sus maestros. Otros no. Cuando el maestro regresó y vino a ver cómo estaban sus bienes, él encomió a sus siervos fieles, y castigó y reprendió a aquellos que ignoraron sus instrucciones.
Sus palabras a esos siervos son icónicas. La alabanza: “Bien, buen siervo y fiel” (Mateo 25:21), contrasta inmensamente con la censura, “siervo malo y negligente” (v. 26).
Las parábolas son metáforas de la responsabilidad cristiana en esta vida —tomar los dones que nos han sido dados por Cristo y hacer algo con ellos. Como los siervos en la historia, podemos vivir de acuerdo con la responsabilidad o escondernos de ella —y como los siervos del relato, podemos esperar ser alabados o censurados según nuestras acciones.
Bueno y fiel.
Malo y negligente.
Al final de todo, ¿cuáles palabras usará Dios para describirlo a usted?
La línea entre el bien y el mal
Éstas son las últimas palabras que importan en realidad —las que Dios diga acerca de usted. Murmure los pensamientos más significativos que quiera con su último aliento; sea tan listo o profundo como pueda. Pero para los cristianos, la evaluación final de Dios acerca de nuestro tiempo en la Tierra es lo único que importa en realidad.
Hay una gran diferencia entre: “aquí está un buen y fiel siervo que va a entrar en el gozo de su Señor” y “aquí yace un siervo malo y perverso que será arrojado en las tinieblas”. Si queremos estar en un lado o en otro, ahora es el tiempo para hacer algo al respecto.
¿Qué es exactamente ese algo?
Bueno, en esas parábolas, la diferencia es tan sencilla como esto: los siervos fieles hicieron lo que les fue dicho y los siervos malos no. Se trata de obedecer a Dios, Jesús dijo: “guarda los mandamientos” (Mateo 19:17). Él dijo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15). El cristianismo no es un viaje gratuito —si no utilizamos lo que nos han dado para usar, Jesús no se sentirá agradado de usted a su regreso.
Pero aún hay más. Para entender más acerca de cómo podemos mejorar, tendremos que ahondar un poco más.
Veamos tres claves para asegurarnos de que vamos a escuchar las últimas palabras que realmente importan.
1. Los siervos fieles entienden lo que les ha sido dado
En las parábolas de las minas y los talentos, el maestro les confía a sus siervos dinero. El dinero no les pertenecía a los siervos, le pertenecía al maestro. Y si bien él se los confía a sus siervos para manejarlo, la confianza venía con una responsabilidad y una expectativa. En ausencia del maestro, los siervos necesitaban usar el dinero del maestro.
Pero la parábola no tiene que ver con estos siervos ficticios.
Se trata de usted.
Se trata de lo que le ha sido dado.
Se trata de lo que usted hará con eso.
Dios le ha confiado el conocimiento de su verdad y el propósito de su vida. Usted tiene acceso a su Espíritu Santo, a medida que trata de vencer sus pecados y se esfuerza por vivir más como su Creador.
Lo que los siervos recibieron era algo precioso. Aunque los eruditos no están totalmente seguros de los valores relativos de esas unidades monetarias en términos modernos, una teoría sostiene que un solo talento de plata habría sido el equivalente a 20 años de trabajo de un trabajador común y corriente, y una mina representaría el valor de cuatro meses. ¿Y qué decir del tesoro al cual tenemos acceso? No hay un valor equivalente en este planeta.
Los maestros en estas parábolas le estaban dando a sus siervos la habilidad de lograr más de lo que ellos podrían aspirar a hacer por sí mismos. Los dones que Dios nos da vienen con responsabilidades y expectativas, pero también nos permiten hacer más, ser más de lo que hubiéramos podido hacer y ser por nosotros mismos.
2. Los siervos fieles hacen lo que pueden hacer con lo que tienen
En la parábola de los talentos, los siervos que recibieron cinco y dos talentos se las arreglaron para duplicar las cantidades iniciales. Ambos recibieron el mismo elogio: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor” (Mateo 25:21, 23).
Esto es importante. El siervo que empezó con dos no fue criticado porque no produjo cinco. Ambos empezaron con cantidades diferentes, pero parece que ambos le pusieron el mismo esfuerzo a lo que a ellos les fue dado, y en eso fue en lo que se fijó el maestro. Si el siervo que tenía sólo un talento hubiera podido decir: “Señor, me entregaste un talento; mira, he ganado un talento más”, su señor lo hubiera elogiado también.
En vez de ello, ese siervo escondió el talento y no hizo nada con él (v. 25). Esto fue lo que hizo de él un “siervo malo y negligente” —su no querer ni siquiera tratar de hacer algo con lo que le habían dado.
A Dios le importa lo que usted está haciendo con lo que le ha dado. ¿Está tratando de usarlo o lo está enterrando en la tierra?
Hemos recibido un don de Dios, pero Él no mide nuestro progreso comparándolo con el progreso de otros (2 Corintios 10:12). A Él le importa lo que usted está haciendo con lo que le ha dado. ¿Está tratando de usarlo o lo está enterrando en la tierra?
Pablo les explicó a los corintios: “Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo… pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho” (1 Corintios 12:4,7). Y les dijo a los efesios que el pueblo de Dios está “bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente” (Efesios 4:16).
Si usted está usando lo que le ha sido dado para convertirse en un mejor cristiano y respaldar a otros para que hagan lo mismo, está en el camino correcto. Usted está usando los bienes de su señor —y eso es lo que cuenta.
3. Los siervos fieles crecen a medida que trabajan
En la parábola de las minas, cada siervo recibió la misma cantidad de dinero y las asignaciones posteriores dependieron de la forma en que manejaron el dinero de su señor cuando él estaba ausente. Para nosotros, sin embargo, la meta es el desarrollo de carácter. Mientras más tiempo estemos enfocados en crecer espiritualmente, más minas le podremos mostrar a Cristo cuando regrese.
Pablo repitió este pensamiento cuando comparó el viaje cristiano con un proyecto de construcción: “Y si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará. Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego” (1 Corintios 3:12-15).
Construir sobre el fundamento es importante, pero la calidad del material con que construyamos también. Podemos tal vez hacerlo con el mínimo requerido, pero Dios estará más complacido con un producto terminado que tenga belleza y durabilidad. Y si ponemos mayor esfuerzo en nuestra relación con Dios, podremos utilizar materiales más finos y durables en nuestros esfuerzos al construir.
En muchas formas, lo que logremos con las minas y talentos de Dios es un reflejo de lo cerca que estamos de nuestro Creador.
Prepararnos para el regreso del Señor
Esto es lo que Dios está buscando en sus buenos y fieles siervos. Esto es parte de lo que los define y aparta de los malos y negligentes —una disposición a comprometerse en la obra que les han dado para hacer. Los siervos buenos y fieles entienden el tesoro sin precio que les ha sido dado, ponen a trabajar ese tesoro y, en el proceso, construyen algo hermoso que refleja aquello en lo que se están convirtiendo.
Hay muchas cosas que usted podría escoger decir en su último aliento en esta vida, pero al final, esto no es lo que importa, ¿o sí?
Los siervos buenos y fieles entienden que su Señor va a regresar un día —y que cuando Él lo haga, va a tener que decir algo acerca de lo que han logrado y lo que han construido con sus bienes. Se mantienen ocupados hoy tratando de asegurar que un día, van a escuchar las únicas palabras que realmente importan:
“Bien, buen siervo y fiel… Entra en el gozo de tu señor”.
Si desea profundizar en lo que Dios espera de sus siervos, lea nuestro folleto: ¡Cambie su vida!