En el Antiguo Testamento, Dios nos ordena no ignorar a una bestia de carga que está perdida o en apuros. ¿Qué lecciones podemos aprender de esta instrucción?

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¿Cuántos burros tiene usted?
Yo iré primero:
Cero.
En este momento de mi vida, tengo cero burros. Nunca he tenido uno y, a no ser que mi vida dé un giro drástico e inesperado, puedo decir con una certeza razonable que no tendré un burro en ningún momento del futuro.
Éste es un punto importante, porque el Antiguo Testamento dedica bastante espacio a las reglas acerca de los burros.
Hay reglas acerca de qué hacer cuando un burro cae en un pozo (Éxodo 21:33), qué hacer si alguien roba su burro y más tarde lo encuentra con vida (Éxodo 22:4), qué hacer si su vecino está cuidando su burro y su burro huye (vv. 10-11), qué hacer si piensa que su vecino ha robado su burro (v. 9), qué hacer si el burro de su vecino muere bajo su supervisión (v. 14), qué hacer con sus burros primogénitos (Éxodo 34:20), cómo guardar el sábado con su burro (Éxodo 23:12), cómo arar con su burro (Deuteronomio 22:10), e incluso qué clase de sentimientos no debería tener en cuanto a los burros de otros (Éxodo 20:17).
Básicamente, si usted tiene un burro y tiene alguna pregunta acerca de ellos, el Antiguo Testamento podrá encontrar la respuesta.
Pero ¿qué hay del resto de nosotros? Si su experiencia como dueño de un burro es, como la mía, inexistente, tal vez se sienta tentado a leer esta clase de pasajes superficialmente.
Este artículo se trata en parte de explicar por qué ésa es una mala idea.
El animal no es el punto
Cuando Pablo les escribió a los corintios, les recordó acerca de una ley del Antiguo Testamento: “Porque en la ley de Moisés está escrito: No pondrás bozal al buey que trilla” (1 Corintios 9:9). Otra vez, a primera vista esta regla parece relevante sólo si usted tiene un buey.
Pero luego Pablo profundiza y nos muestra qué hay detrás: “¿Tiene Dios cuidado de los bueyes, o lo dice enteramente por nosotros?” (vv. 9-10, énfasis añadido). El contexto muestra que Pablo en realidad estaba hablando acerca de la necesidad de apoyar a quienes predican el evangelio.
Los burros y los bueyes son secundarios. Bajo esa montaña de reglas acerca de los burros, hay una serie de principios.
Lo que realmente tenemos aquí son instrucciones para resolver conflictos; para aprender a ser miembros de la sociedad confiables y honorables; para entender que nuestros infortunios no siempre son culpa de alguien más; para reconocer y honrar las bendiciones de Dios en nuestras vidas; para comportarnos de una forma que conduzca al éxito en lugar del fracaso.
La preocupación principal de Dios no son los burros.
Somos nosotros.
Dios tiene lecciones que enseñarnos —principios que debemos aprender y seguir; y si pasamos por alto los burros, pasaremos por alto esas lecciones.
Cuando un burro se pierde
Podríamos estar horas hablando acerca de todos esos principios, pero dado que el equipo editorial rechazó unánimemente mi propuesta de que esta fuera una edición de Discernir dedicada a los burros, tendré que conformarme con sólo uno:
El problema del burro de otro.
Sea la clase de persona que no duda cuando se necesita ayuda. Si todos en el mundo empezáramos a esforzarnos por ayudar a resolver un problema que no es nuestro, la carga sería más ligera para todos.
El libro de Deuteronomio tiene un pasaje bastante largo acerca de lo que se espera de nosotros cuando vemos a un animal doméstico perdido o en problemas:
“Si vieres extraviado el buey de tu hermano, o su cordero, no le negarás tu ayuda; lo volverás a tu hermano. Y si tu hermano no fuere tu vecino, o no lo conocieres, lo recogerás en tu casa, y estará contigo hasta que tu hermano lo busque, y se lo devolverás. Así harás con su asno, así harás también con su vestido, y lo mismo harás con toda cosa de tu hermano que se le perdiere y tú la hallares; no podrás negarle tu ayuda. Si vieres el asno de tu hermano, o su buey, caído en el camino, no te apartarás de él; le ayudarás a levantarlo” (Deuteronomio 22:1-4).
No te apartarás de él.
Puede ser tentador hacer eso a veces: ver un problema obvio que podría ser resuelto por alguien que esté dispuesto a involucrarse, expresar cuán desafortunada es la situación y luego seguir en lo nuestro como si nada.
“Oh no, ¡qué terrible! Bueno, como iba diciendo…”
Pero Dios espera más de nosotros. Espera que hagamos algo. No es suficiente sólo anunciar: “¡Hey, alguien debería ayudar a ese burro!”.
Dios dice: “Tú tienes que ayudarlo”.
No ignorar no es suficiente
Para nosotros, regresar al burro extraviado significa ayudar de la manera en que nos gustaría recibir ayuda si los papeles estuvieran invertidos.
Aún debemos tener cuidado; la Biblia también nos advierte: “El que pasando se deja llevar de la ira en pleito ajeno es como el que toma al perro por las orejas” (Proverbios 26:17). Personalmente, nunca he tomado a un perro por las orejas, pero prefiero usar mi imaginación. El pasaje acerca de los burros no es una invitación a meter nuestras narices donde no pertenecen.
Pero sí es un mandamiento acerca de no ignorar los problemas obvios en los que nuestros hermanos podrían necesitar ayuda.
Y ¿quién es nuestro hermano? Este pasaje parece preparar el escenario para la parábola de Jesús acerca del buen samaritano (Lucas 10:29-37). En esa parábola, el prójimo del hombre herido fue “El que usó de misericordia con él” (v. 37). Y en Deuteronomio leemos que nuestro hermano incluso puede ser alguien que “no fuere tu vecino, o no lo conocieres” (Deuteronomio 22:2).
“No apartarse (o ignorar)” es sólo el primer paso. En el caso del burro perdido, incluso tenemos que estar dispuestos a acogerlo y cuidarlo hasta que su dueño vaya por él. O, si un vecino está teniendo dificultades para levantar a su burro, deberíamos apresurarnos a darle una mano.
El significado de dar una mano puede variar. Tal vez no siempre sea seguro (o tal vez no siempre tengamos la capacidad de) detenernos para ayudar a alguien a cambiar un neumático. O tal vez no siempre sea sabio tratar de solucionar con dinero un problema que va más allá de las finanzas. Pero el principio fundamental detrás de este pasaje en Deuteronomio se trata de rehusarnos a ignorar las necesidades de otros, y luego descubrir lo que podemos hacer para ayudar, incluso cuando significa hacer un esfuerzo importante.
De hecho, un pasaje similar en Éxodo amplía el espectro de personas por cuyos burros deberíamos preocuparnos: “Si encontrares el buey de tu enemigo o su asno extraviado, vuelve a llevárselo. Si vieres el asno del que te aborrece caído debajo de su carga, ¿le dejarás sin ayuda? Antes bien le ayudarás a levantarlo” (Éxodo 23:4-5, énfasis añadido).
Eso va más allá de hacer un esfuerzo para ayudar a un amigo; es sacrificar nuestro tiempo y energía por alguien que nos odia.
Como Jesús les dijo a sus discípulos: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos” (Mateo 5:44-45).
Ayudar a resolver un problema ajeno
El satírico británico Douglas Adams escribió en cierta ocasión acerca de “la predisposición natural de las personas para no ver lo que no quieren, no esperaban o no pueden explicar” (Life, the Universe and Everything [La vida, el universo y todo]). Imaginó en broma una pieza de tecnología diseñada para capitalizar esa predisposición. En lugar de darse el trabajo de volver algo invisible, sería más fácil convencer a la gente de hacer lo que querían hacer de todas formas: ignorarlo.
Lo llamó “el campo de No es mi problema”. Sería tan eficiente, aseguró Adams, que podría “funcionar durante más de cien años con una sola batería”.
Dios nos llama a hacer exactamente lo opuesto. Cuando el burro perdido de alguien más entra en nuestro campo visual, nuestro deber es rehusarnos a pensar que es el problema de alguien más —rehusarnos a mirar hacia otro lado para no verlo más.
Es posible que hacer nuestro esfuerzo y regresar a uno o dos burros perdidos no cambie el mundo. Pero a Dios no le preocupan los burros.
Le preocupamos nosotros.
Sea la clase de persona que no duda cuando se necesita ayuda. Si todos en el mundo empezáramos a esforzarnos por ayudar a resolver un problema que no es nuestro, la carga sería más ligera para todos.