El registro del pasado de Israel proporciona más que sólo historias interesantes —nos da lecciones vitales para nuestra relación con Dios.
Crédito de la imagen: Imagen proporcionada por David Hicks
Hace aproximadamente 3.500 años atrás, pasaron algunas cosas con algunas personas que murieron hace mucho tiempo y de las cuales ignoramos sus nombres.
Estoy aquí para decirles por qué a ustedes debería importarles esto.
Cuando Pablo le escribió a la congregación de Corinto, les señaló el registro histórico del antiguo Israel hablando acerca de sus repetidas fallas: “sucedieron como ejemplos para nosotros, para que no codiciemos cosas malas, como ellos codiciaron” (1 Corintios 10:6).
Cuando iban saliendo de Egipto, los israelitas adoraron falsos dioses (v. 7), se vieron comprometidos en unos actos sexuales licenciosos (v. 8), probaron a Dios (v. 9) y parecía que generalmente se quejaban a la menor provocación (v. 10).
No es un accidente que sepamos esto. Veamos nuevamente lo que dice Pablo:
“Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos” (v. 11).
Para nuestra instrucción.
Toda la historia tiene lecciones para enseñarnos, pero la historia de Israel es tan importante, tan valiosa en términos de la instrucción que nos ofrece, que Dios personalmente se aseguró de que esas historias fueran preservadas en el curso de literalmente milenios.
Para nosotros.
Si no estamos dedicando el tiempo necesario para aprender de la historia, estamos perdiendo las lecciones que Dios mismo quiere enseñarnos. Ésta es la peor clase de pasado que podamos repetir.
Entonces, ¿qué podemos aprender de las páginas del pasado de Israel? Muchísimo. Veamos a continuación cuatro de esas lecciones vitalmente importantes:
1. Dios planifica a largo plazo
Si usted se convirtiera en hormiga, las cosas que parecen pequeñas ahora muy probablemente las vería gigantescas. Una taza de café podría convertirse en una caverna. Una pelota de básquet podría convertirse en un planeta. Y unas papas fritas a la francesa se convertirían en un banquete.
Excepto… que los objetos no cambian en verdad. ¿O sí lo hacen?
Sólo usted —y la forma en que los percibe.
El tiempo es semejante a esto. Con nuestra expectativa de vida de setenta y un poco más de años, un siglo surge como una gran cantidad de tiempo. Nuestros planes a largo plazo se miden en años o décadas —pero los de Dios no.
El libro del Éxodo comienza cuando Israel estaba en esclavitud en Egipto y le pedía a Dios su liberación. Y en los siguientes libros de la Biblia, necesitamos seguir de cerca a esta joven nación (que estaba siendo liberada), en su camino a Canaán, un destino que con frecuencia es llamado la Tierra Prometida.
Pero ¿prometida a quienes?
Para responder esto necesitamos ir al Génesis. Allí es donde Dios le promete a Abraham: “Ten por cierto que tu descendencia morará en tierra ajena, y será esclava allí, y será oprimida cuatrocientos años. Mas también a la nación a la cual servirán, juzgaré yo; y después de esto saldrán con gran riqueza. Y tú vendrás a tus padres en paz, y serás sepultado en buena vejez. Y en la cuarta generación volverán acá; porque aún no ha llegado a su colmo la maldad del amorreo hasta aquí” (Génesis 15:13-16).
Con el tiempo, una corriente puede abrirse paso a través de la piedra más dura. Si permitimos que en nuestra vida existan actitudes, influencias y actividades erróneas, inevitablemente eso es lo que nos ocurrirá.
Dios le hizo a Abraham una promesa que requería que mirara mucho más allá de los límites de su propia vida: 400 años hacia el futuro, cuando los numerosos descendientes de su aún inexistente hijo, saldrían de la opresión paralizante y entrarían en una tierra propia.
Abraham era sólo un hombre y aún no tenía heredero, pero Dios ya estaba mirando hacia la gran nación que un día remontaría su linaje a Él.
Los seres humanos no pensamos naturalmente a esa escala. Somos hormigas.
Dios piensa en milenios. Eones. Eternidad.
No podemos comprender una clase de escala tan ajena a nosotros. Pero ésa es la brocha con la que Dios pinta habitualmente.
La Biblia nos dice que el sacrificio de Jesucristo fue planeado desde antes de la fundación del mundo (Apocalipsis 13:8) —no fue una corrección de rumbo, sino un plan desde el principio.
La primera lección de la historia del antiguo Israel —o, más precisamente, de cómo se le dió una historia— nos recuerda que Dios obra a una escala que nuestra limitada perspectiva humana jamás podrá comprender.
¿Qué significa esto?
Significa que debemos confiar en que Él puede ver cosas que nosotros no. Él puede planificar para eventualidades con las que ni siquiera hemos empezado a soñar.
Algunas veces, desde nuestra perspectiva de hormiga, la razón de las decisiones que Él ha tomado no parece muy clara para nosotros, pero siempre podemos confiar en que hay una razón para eso. Es más, podemos confiar en que es la mejor razón.
2. Recordar por qué somos diferentes
Fiel a su palabra, cuatro siglos después de su promesa a Abraham, Dios envió a la nación de Israel para expulsar a las naciones malvadas de Canaán y reclamar la tierra como su herencia prometida.
Fundamentalmente Israel debía ser diferente de las naciones que expulsaba. Debía ser un ejemplo, una prueba de concepto, mostrando cómo es la vida cuando las personas obedecen las instrucciones de Dios. Eso los diferenciaría de cualquier otra nación del planeta —un pueblo realmente único definido por su obediencia a las leyes de Dios.
En la frontera de Canaán, Moisés les recordó a los israelitas: “Guardadlos, pues, y ponedlos por obra; porque esta es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia ante los ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatutos, y dirán: Ciertamente pueblo sabio y entendido, nación grande es esta” (Deuteronomio 4:6).
Una de las cosas que hacía a Israel diferente era la ausencia de un rey. Dios no les dio a ellos ningún gobernante humano porque Él era su rey, su presencia estaba con ellos en el lugar santísimo del tabernáculo y Él daba sus instrucciones a través de sus mensajeros.
Pero ser diferente es difícil y, con el tiempo, Israel cedió a la presión. Pidieron un rey: “nosotros seremos también como todas las naciones, y nuestro rey nos gobernará, y saldrá delante de nosotros, y hará nuestras guerras” (1 Samuel 8:19-20).
Ya no querían ser diferentes. No les interesaba ser la nación modelo de Dios; querían ser como el mundo que los rodeaba. Y cuanto más ocultaban lo que los hacía diferentes, más se alejaban del Dios que los hizo diferentes.
Si no tenemos cuidado podemos hacer lo mismo.
Ser diferente es difícil, y vivir según el camino de Dios invariablemente nos hace diferentes. Nunca encajaremos en un mundo que rechaza a Dios; cuanto más intentemos alinearnos a sus instrucciones, más presión sentiremos para ceder y ser como todas las naciones.
Pero somos diferentes porque se nos ha dado algo precioso, algo que es un tesoro.
Moisés continuó preguntándole a Israel: “¿qué nación grande hay que tenga dioses tan cercanos a ellos como lo está el Eterno nuestro Dios en todo cuanto le pedimos? Y ¿qué nación grande hay que tenga estatutos y juicios justos como es toda esta ley que yo pongo hoy delante de vosotros?” (Deuteronomio 4:7-9).
Los sábados de Dios, sus fiestas, sus estándares para saber cómo vivir nuestra vida, no son sólo cosas que hacemos, sino cosas que definen quiénes somos.
No permitamos que el mundo nos presione hasta el punto en que renunciemos a esto.
3. Limpiar lo que Dios dijo que debíamos limpiar
Es importante aferrarnos a las cosas que Dios nos da pero, en el lado opuesto de la misma moneda, también es importante que nos deshagamos de las cosas que Dios dice que nos debemos deshacer.
Israel falló en este aspecto repetidamente.
¿Qué sucedió con las naciones que Dios dijo que había que destruir y expulsar de Canaán? La Biblia destaca repetidamente que Israel no logró expulsarlas de la tierra (Josué 13:13, 16:10, 17:13; Jueces 1:21, 27-28,32).
Estas naciones se mantuvieron dentro de las fronteras de Israel. Sus prácticas corruptas (que incluían sacrificios de niños, vea Deuteronomio 12:31), continuaron haciendo mella y mezclándose con la propia cultura de Israel, haciendo que el pueblo de Dios se sintiera cada vez más cómodo frente a las abominaciones paganas.
Dios le dio a Israel la comisión de destruir los “lugares altos” —esos puntos estratégicos para la adoración pagana de Canaán (Números 33:52). En vez de eso, ellos incorporaron los lugares altos (y las prácticas paganas que encontraron allí) a su propia adoración a Dios —y a su cada vez más grande panteón de ídolos.
Dios nos dice que nos deshagamos de esas cosas por una razón. Aferrarnos a ellas trae consecuencias duraderas y de gran alcance. Como la historia de Israel nos muestra, mantener esas influencias a nuestro alrededor nos cambiará, sin importar cuan fuertes o vulnerables creamos ser.
Con el tiempo, una corriente puede abrirse paso a través de la piedra más dura. Si permitimos que en nuestra vida existan actitudes, influencias y actividades erróneas, inevitablemente eso es lo que nos ocurrirá.
4. Fidelidad inquebrantable no implica tiempo ilimitado
Dios es increíblemente paciente de maneras en que no podemos imaginarnos y no nos merecemos.
Él siempre nos ofrece el arrepentimiento como una opción (1 Juan 1:9). Cuando acudimos a Él buscando el perdón de nuestros pecados, con el deseo de alinear nuestras vidas con sus mandamientos, siempre encontraremos el perdón y la ayuda que necesitamos.
Más que eso, Él extiende su paciencia al mundo entero: “no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9). En esta vida o en la otra, todos aquellos que hayan vivido tendrán la oportunidad de entender lo que necesitan hacer para formar parte del increíble futuro que Dios tiene reservado para nosotros. (Si desea profundizar más, lo invitamos a leer: “¿Está la mayoría de personas perdida para siempre?”.)
Pero hay un límite para esa paciencia.
Dios pasó siglos enviando mensajero tras mensajero para instar a su pueblo a volver al camino correcto, pero finalmente Israel se negó a escuchar (Jeremías 7:25, 32:33 etcétera). En vez de eso, aumentaron su desobediencia.
Dios se lamentó: “Ellos establecieron reyes, pero no escogidos por mí; constituyeron príncipes, más yo no lo supe; de su plata y de su oro hicieron ídolos para sí, para ser ellos mismos destruidos” (Oseas 8:4).
Sus corazones estaban inclinados a desobedecer a Dios. Así, la nación de Israel —llamada por Su nombre y destinada a mostrar las bendiciones de la obediencia— fue finalmente entregada por Dios al cautiverio y la destrucción.
Dios es paciente, pero eventualmente debemos tomar una decisión. ¿Obedeceremos a nuestro Creador o no? ¿Tomamos en serio su camino de vida o no estamos dispuestos a hacerlo?
Dios nos da todas las oportunidades para tener éxito —pero no va a esperarnos para siempre.
Esperanza para Israel y una elección para nosotros
Finalmente, todavía hay esperanza para el antiguo Israel. Ellos no tenían acceso al Espíritu Santo de la forma en que su pueblo lo tiene hoy. Tenían un corazón de piedra (Ezequiel 36:26), lo que les dificultaba aceptar y adoptar verdaderamente lo que Dios les mostraba. Todo el capítulo de Ezequiel 37 nos habla acerca de un momento en el cual la vida les será restaurada y van a recibir la oportunidad de entender y arrepentirse.
Pero aquellos que seguimos a Dios en la actualidad —quienes tenemos su Espíritu Santo (Ezequiel 36:26-27), a través del proceso de arrepentimiento y bautismo: tenemos una decisión que tomar.
O, mejor dicho, es una elección que continuamente debemos hacer.
Cerca de 3.500 años atrás algunas cosas sucedieron con algunas personas que murieron hace demasiado tiempo y la mayoría de cuyos nombres ni siquiera conocemos. Si queremos, podemos ignorar las lecciones que ellos nos han dejado y pagar el precio de esa ignorancia —o podemos escuchar y aprender.
Dios sabe a dónde nos lleva todo esto. Si queremos realmente ser distintos y rechazar las cosas que Él nos advierte y nos rehusamos a jugar con su increíble misericordia, estamos en nuestro camino hacia un futuro en el cual: “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Apocalipsis 21:4).
Aprendamos de este pasado en nuestro viaje hacia ese futuro. Si desea aprender más lo invitamos a leer nuestro folleto El propósito de Dios para usted.