Los desafíos de correr la maratón me recordaron mucho a los de la vida cristiana. Sin duda, estos principios espirituales nunca volverán a ser los mismos para mí.
La maratón me ha llamado la atención durante toda mi vida.
Recuerdo haber escuchado acerca de un corredor etíope que ganó la maratón de las Olimpiadas en Roma en el año 1960, descalzo. Y, en 1964, Abebe Bikila volvió a ganar la maratón con tiempo récord en las Olimpiadas de Tokio, tan sólo 40 días después de haber tenido apendicitis aguda.
Historias de tenacidad como la de Bikila me marcaron de tal manera que cuando supe que mi hija Érica correría la maratón en mayo de este año, decidí unírmele. Era hora de tachar la maratón de mi lista de cosas por hacer antes de morir.
¿Por qué escribo acerca de esto? Porque la Biblia describe nuestra vida espiritual como una carrera. En cierta forma, todo cristiano está corriendo su propia maratón, y tal vez algunas de las experiencias que viví al prepararme y correrla —y los principios bíblicos que vinieron a la mente— puedan ser de ayuda para quienes también corren esta carrera de resistencia espiritual.
Entrenamiento y preparación
En 1 Corintios 9:24-27, el apóstol Pablo compara nuestra vida espiritual con una carrera. Un verdadero atleta se compromete seriamente a dar todo de sí. Entrena duro, evita comer y beber en exceso, y se exige y disciplina cuanto sea necesario para vencer a los demás corredores, pues sólo uno de ellos gana la carrera.
Por supuesto, Pablo no está diciendo que sólo uno de nosotros “ganará” la salvación. Está diciendo que un cristiano verdadero debe tener el mismo nivel de compromiso, entrenamiento, dominio propio, resistencia y autodisciplina que un atleta —si no mayor. Y así como los antiguos atletas griegos recibían una corona de hojas de olivo, Dios ha prometido darnos una corona —la corona eterna más increíble que podamos imaginar: ser reyes y sacerdotes en el Reino de Dios (Apocalipsis 1:6).
El primer paso de mi preparación para los 42,195 km fue comprometerme a seguir un programa de entrenamiento de 17 semanas.
De la misma manera, nuestra carrera espiritual requiere que calculemos los costos y nos comprometamos a seguir el programa de entrenamiento de Dios. Este entrenamiento espiritual implica autodisciplina y moderación. La oración, el estudio de la Biblia, la meditación, el ayuno y convivir con los hermanos son algunas de las cosas que nos ayudarán a crecer y avanzar hacia el objetivo.
Despojarnos de todo peso
El siguiente paso fue deshacerme de cargas innecesarias. Compré zapatos y calcetines ligeros y decidí no llevar conmigo mi botella de agua (había estaciones de agua cada 1,5 km.) ni mis lentes.
La analogía espiritual está claramente expresada en Hebreos 12:1: “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante”.
¿Cuáles son las cargas espirituales que podrían frenarnos? Cristo menciona varios ejemplos en la parábola del sembrador (Mateo 13:22).
El engaño de las riquezas sin duda nos distrae fácilmente, y los afanes de la vida pueden ser aún más difíciles de controlar, pues todos tenemos preocupaciones y asuntos que atender. Pero como bien dijera Cristo, debemos tener la mirada fija en el Reino de Dios y su justicia (Mateo 6:33).
¿Qué hay del pecado que nos asedia?
Existen muchos tipos de engaño. Debemos asegurarnos de estudiar las escrituras para conocer las artimañas que el diablo puede usar contra nosotros. Además, obedecer a Dios nos libra de caer en la trampa del pecado y el arrepentimiento nos permite escapar de las garras de Satanás (2 Timoteo 2: 4-5).
Resistencia
Otra escritura clave es Hebreos 10: 35-39. ¡Dios sabe que se necesita resistencia! Obviamente no es fácil ni agradable desarrollarla, pero la recompensa bien vale la pena. Cristo no tardará en regresar —aun si nos parece que se ha tardado. No podemos retroceder ni abandonar la carrera. Debemos resistir hasta llegar a la meta y recibir el increíble regalo de la salvación.
¿Dónde encontrar la motivación necesaria? La repuesta está en 1 Corintios 13: “El amor es sufrido [paciente]… todo lo soporta… nunca deja de ser” (vv. 4, 7-8). Dios —el amor personificado— sin duda ha tenido mucha paciencia con nosotros y ha soportado todas nuestras ofensas. Asimismo, Él espera que desarrollemos su carácter y lo soportemos todo por amor.
¿Qué hacer para lograr resistir? En una maratón, lo más importante es mantener el ritmo correcto. Por lo general, la adrenalina que se libera al principio de la carrera hará que queramos correr a toda velocidad y adelantar a los demás. Pero si quedamos jadeando en el primer kilómetro, con dificultad para respirar y el cuerpo encalambrado, nos costará mucho más resistir hasta el final.
Con la práctica, mantener el ritmo se convierte en un hábito y terminar la carrera resulta mucho más fácil. En el caso de nuestra carrera espiritual, el hábito de orar y estudiar la Biblia diariamente es fundamental para resistir.
La clave para enfrentar el cansancio y el desaliento está en Jesucristo. Él ha soportado lo mismo que nosotros y mucho más.
Además, todos necesitamos animar y ser animados por nuestros hermanos a través de la convivencia en la Iglesia (Hebreos 10:24-25). Éste es uno de los mayores regalos que Dios nos ha dado para ayudarnos a resistir la carrera.
También es importante prepararnos mentalmente para las subidas —yo tuve que hacerlo antes de correr la maratón. Las subidas de nuestra carrera cristiana son las pruebas que debemos atravesar. Y como dice Pedro, debemos enfrentarlas con la convicción de que son necesarias, de que Dios nos ayudará a salir de ellas, y de que una gran recompensa nos espera al final —una que merece ser anhelada “con gozo inefable” (1 Pedro 1:6-9).
La pared
En un artículo de Runner’sWorld.com “la pared” se describe como el momento en que “estás en la mitad de la carrera y de pronto todo comienza a desmoronarse. Tus piernas parecen ser de concreto, te cuesta respirar, tus zancadas se convierten en pasos arrastrados. El negativismo inunda tu mente, y la idea de renunciar resulta irresistible”.
Yo me topé con la pared en el km 30, y confieso que los 12,195 km restantes fueron una verdadera agonía.
¿Qué hacer cuando llegamos a “la pared” espiritual?
“…Corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús” (Hebreos 12:1-2). La clave para enfrentar el cansancio y el desaliento está en Jesucristo. Él ha soportado lo mismo que nosotros y mucho más; es nuestro Líder y la guía que nos da el ritmo.
Veamos su alentador ejemplo en Lucas 22:39-46. Tras tres años y medio de predicar y servir soportando dificultades, ataques verbales, amenazas de muerte y burlas, Cristo sabía que el momento de su prueba se acercaba. Sabía que pronto se encontraría con insultos despreciables, golpes y azotes despiadados y una terrible muerte por crucifixión.
Entonces, “puesto de rodillas oró, diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:41-42).
Al igual que Cristo, nosotros podemos orar a Dios cada vez que atravesamos una prueba. Él siempre nos escucha y tiene cuidado de nosotros. Además, Cristo ha pasado por eso y sabe lo que sentimos. No podemos permitir que “la pared” nos impida hablar con Dios, pues es en las pruebas cuando más lo necesitamos.
Sin embargo, también debemos aprender a respetar su voluntad como Cristo lo hizo. Sin duda a veces desearíamos que hubiera un camino más fácil, pero debemos seguir el ejemplo perfecto de Jesús y someternos por completo a la sabia voluntad de nuestro Padre.
Dios es el único que puede levantarnos cuando nos caemos, y siempre lo hará. Es el único que puede ayudarnos cuando nos sentimos débiles o cansados, el único que nunca nos abandonará ni olvidará nuestro servicio y compromiso (Isaías 40:28-31; Hebreos 13:5-6; 6:9-12).
Dios no olvida nuestras obras de amor ni se da por vencido con nosotros. Por el contrario, siempre está listo y dispuesto a ayudarnos cuando nos topamos con la pared.
La meta
Hebreos 12:2 nos dice que “por el gozo puesto delante de él [Cristo] sufrió la cruz”. De igual forma, nosotros debemos poner nuestros ojos en la meta.
Recuerdo que cuando me quedaban unos 800 metros para llegar a la meta, ¡Érica (que ya había terminado) volvió para correr el último tramo conmigo! Yo no veía bien sin mis lentes, así que no dejaba de preguntarle: “¿Ya puedes ver la meta?”.
Tampoco sabemos cuándo veremos la meta de nuestra carrera espiritual, pero la visión de ese increíble gozo debe permanecer firme en nuestra mente y motivarnos tanto como motivó a Cristo (Hebreos 11:13-16; Apocalipsis 21:1-7).
Compañeros de carrera, entrenemos y preparémonos bien. Resistamos hasta el final y pongamos nuestros ojos en Jesús, el autor y vencedor de nuestra carrera y nuestra fe.
Así, cuando finalmente lleguemos a la meta, podremos escuchar la maravillosa aprobación de Dios: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor” (Mateo 25:21).
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