El apóstol Pedro animó a los cristianos que estaban afrontando la persecución a “[estar] siempre preparados para presentar defensa… de la esperanza que hay en vosotros”. ¿Qué significa esto para los cristianos en la actualidad?
Cuando tenía 16 años, tuve una conversación con otro adolescente que cambiaría el curso de mi vida.
Pero antes de hablar acerca de esa conversación, hay algunas cosas que deben saber acerca de mi entorno. Crecí en una familia que creía en Dios, pero sin convicciones firmes. Nunca íbamos a la iglesia, excepto en ocasiones puntuales. Nunca leía la Biblia, aunque tenía una. Y, como muchas personas, no le daba mucho valor a la religión organizada.
Lo que sí valoraba era la educación. Mis padres le daban mucha importancia al aprendizaje, no sólo como preparación para tener una carrera, sino para el desarrollo de la mente. Pero el deseo de ser educado me hacía ver a la religión organizada como algo sospechoso, porque había conocido a muchos cristianos “ignorantes”.
La conversación
Mi amigo adolescente (lo llamaré Juan) y yo estábamos en el equipo de debates de nuestra secundaria. Habíamos viajado a otra ciudad para participar en un torneo y, cuando terminamos nuestros debates, nos reunimos en el auditorio para esperar los resultados. Mientras esperábamos, Juan y yo nos sentamos a hablar.
Le pregunté acerca de una oferta de trabajo de medio tiempo que le habían hecho. En lugar de empacar víveres o hacer hamburguesas, Juan tenía la oportunidad de dictar clases de guitarra en una tienda de música en el centro comercial local. Para un adolescente de nuestra comunidad, ésa era una oportunidad increíble.
Juan me dijo que había rechazado el trabajo porque la tienda insistía en que trabajara el sábado, el día de reposo. A mí me sorprendió que él tuviera creencias religiosas, y me sorprendió aún más que estuviera dispuesto a defender esas creencias incluso si le costaba un excelente trabajo.
Una de las razones de mi sorpresa fue que él nunca había hablado acerca de sus creencias y nunca había tratado de convertirme. La otra razón era un prejuicio personal que yo tenía: había llegado a pensar que ninguna persona educada e inteligente podría aceptar prácticas tan “rígidas”. Pero Juan, quien más tarde se graduó con el primer lugar de nuestra secundaria, era cualquier cosa menos falto de educación.
Yo tenía muchas preguntas y, en mi deseo de aprender, lo presioné para que me diera respuestas. Le hice preguntas que nadie más me había respondido satisfactoriamente; y fui tan incisivo que él pensó que lo estaba atacando. Pero, aun así, se mantuvo firme y amable, lo que me obligó a cuestionar mis propias suposiciones.
Preparado para presentar defensa
Juan no se levantó esa mañana determinado a “salvarme” o convertirme. Ése nunca fue su objetivo en nuestra conversación. Él simplemente respondió mis preguntas. No sé si se dio cuenta de que en nuestra conversación él estaba siguiendo una instrucción bíblica, pero así fue.
El apóstol Pedro anima a los cristianos a estar “siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros” (1 Pedro 3:15). Esto fue lo que hizo Juan: respondió mis preguntas, explicando pacientemente la esperanza que había en él.
Sin embargo, esta escritura nos dice más de lo que podríamos concluir a simple vista. Según muchos estudiosos, Pedro escribió su primera epístola a mediados de la década del sesenta, durante el reinado del emperador Nero, quien fue conocido por su brutalidad.
Aunque los cristianos ya habían sido perseguidos, el devastador incendio en Roma, del año 64 d.C., empeoró todo. Nerón culpó a los cristianos, lo que fue el comienzo de tres siglos de persecución.
Pedro aludió a esta persecución inmediatamente antes y después de decirles a los cristianos que estuvieran preparados para presentar defensa. Justo antes de su instrucción, escribió acerca de sufrir “por causa de la justicia” (v. 14) y, justo justo después, acerca de ser difamados como malhechores (v. 16).
¿Estaba Pedro aludiendo a posibles martirios futuros? ¿Estaba anticipando que las personas se maravillarían al ver cómo los cristianos se aferraban a su esperanza, incluso bajo amenaza de muerte? En el contexto de su epístola, es probable.
Una generación maligna y perversa
Al igual que Pedro, el apóstol Pablo reconocía al mundo romano por lo que era. En su carta a la Iglesia en Filipo, animó a los miembros a no vivir como la sociedad a su alrededor, sino a tener vidas ejemplares. Les dijo que fueran “irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo” (Filipenses 2:15).
Dios puede usar nuestra conducta e inspirar nuestras respuestas para cumplir su propósito. Por esa razón, debemos estar siempre preparados para presentar defensa.
Antes de estar listos para presentar defensa, debemos llevar una vida íntegra. Si una persona no se diferencia del mundo, nadie tendrá motivo para hacerle preguntas. Yo le pregunté a mi amigo acerca de sus creencias sólo cuando supe que se había negado a transigir con el sábado.
La instrucción de vivir con integridad en medio de un mundo corrupto es parte del meollo de la vida cristiana. En el Sermón del Monte, Jesús les dijo a sus discípulos que ellos eran “la sal de la tierra” y “la luz del mundo” (Mateo 5:13-16). Ambas analogías describen a personas que son una minoría y cuyas vidas marcan un gran contraste con las de quienes los rodean.
Esto nos lleva otra vez al tema de una persecución. Aunque la persecución que enfrentamos en la actualidad no es tan severa como la que enfrentaron los cristianos del primer siglo, aún puede presentarse. El mundo que nos rodea no quiere que le recuerden sus pecados, más bien “se [complace] en la injusticia” (2 Tesalonicenses 2:12).
Esta resistencia hace que la puerta hacia el camino de la vida sea angosta (Mateo 7:14). Para mi amigo Juan, descansar en sábado no era difícil de por sí. Lo que dificultó su decisión fue la resistencia de un potencial empleador que no honraba el día de reposo.
Impacto oculto
Cuando tuve esa transformadora conversación con Juan, él no se dio cuenta del impacto que tuvo en mí. Yo no podía dejar de pensar en lo que hablamos. Aunque me avergonzaba por tener creencias religiosas, me había convencido de algunas importantes verdades bíblicas.
No fue sino hasta un par de años después, cuando él se había ido a la universidad y volvió en un verano, que finalmente le dije a Juan cómo había cambiado mi vida. Yo había empezado a asistir a la Iglesia y había iniciado un viaje de por vida para aprender sobre Dios y su verdad.
Juan estaba sorprendido, en parte porque yo había sido muy incisivo con mis preguntas en nuestra conversación años atrás. Incluso le había parecido hostil. Pero también estaba sorprendido porque desde nuestra conversación pasaron años antes de que yo hiciera algo al respecto.
Y eso es algo que los cristianos debemos entender. En nuestras conversaciones con no creyentes, tal vez no veamos el impacto que tenemos. Tal vez nos parezca que nuestra forma de vivir y las respuestas que damos no marcan ninguna diferencia, aparte de hacernos ver extraños. Pero nuestra percepción no cambia el hecho de que debemos ser la sal en un mundo insípido, y luz en la oscuridad.
El día de la visitación
Pedro entendía esto y animó a los miembros de la Iglesia a que mantuvieran su perspectiva. Cuando les dijo a sus lectores que mantuvieran “buena vuestra manera de vivir entre los gentiles [no creyentes]” (1 Pedro 2:12), también les dijo que los no creyentes les harían daño.
Aun así, la buena conducta de los cristianos será recordada en “el día de la visitación”, inspirando a las mismas personas que les hicieron daño a glorificar a Dios. En este contexto, “el día de la visitación” se refiere a una época futura cuando todo el mundo entenderá la verdad. El punto es que entonces recordarán los buenos ejemplos que vieron antes.
No nos corresponde a nosotros “salvar” a quienes nos rodean. De hecho, somos incapaces de convertir a otra persona. Es Dios el Padre quien acerca a las personas a Él (Juan 6:44), y si Él no lo hace nadie puede responder. Sin embargo, Dios “no [quiere] que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9).
¿Qué significa esto para nosotros? Aunque no podemos convertir a nadie, y aunque parezca que nadie lo nota, las cosas que hacemos y decimos ahora son importantes para el mundo que nos rodea. Dios puede usar nuestra conducta e inspirar nuestras respuestas para cumplir su propósito. Por esa razón, debemos estar siempre preparados para presentar defensa.
Lo que me impresiona hasta el día de hoy es que fue un adolescente de 16 años, no un ministro ni un profesor de teología, quien cambió el curso de mi vida con sus respuestas. Juan no estaba tratando de salvarme; simplemente hizo su mejor esfuerzo por obedecer a Dios, y Dios lo usó para mostrarme la dirección correcta, por lo que estoy profundamente agradecido.