En Romanos 8:28, Pablo escribió: “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien”. ¿Qué significa esta maravillosa promesa, especialmente cuando nos ocurren cosas malas?
José levantó la vista cuando el carcelero cerró la puerta de su celda. Mientras sus ojos se adaptaban a la tenue luz, se preguntó una vez más: ¿qué hice para merecer esto? ¿Cómo me puede estar pasando esto a mí? ¿Podría salir algo bueno de esta situación? ¿Dónde está Dios?
Ester se sentía sola mientras pensaba. El peligro tan inminente y real que amenazaba a su familia extendida le preocupaba mucho. Seguramente esto no era parte del plan. ¿Cómo podían salir tan mal las cosas? ¿Estaba esto realmente ocurriendo? ¿Por qué Dios no intervenía?
Pablo se paró cuidadosamente mientras enderezaba su espalda y se estiraba con lentitud. Nuevamente lo habían golpeado. ¿Cómo había llegado hasta ahí —la creciente regularidad de esos encuentros con la violencia? Parecían no tener fin. Otro día, otro pueblo, el mismo abuso de siempre.
Nada nuevo
Estas historias ilustran el continuo ciclo de pruebas que es común en la actualidad. El conocido refrán “¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será… y nada hay nuevo debajo del sol” (Eclesiastés 1:9) parece aplicarse cuando describimos las dificultades que enfrentan personas como José, Ester y Pablo.
Estos tres individuos fueron héroes bíblicos —personas de verdadera fe, convicción y dedicación a Dios. Pero, a pesar de su devoción, enfrentaron obstáculos monumentales, dificultades serias de vida o muerte.
José, el hijo favorito de Israel, fue vendido como esclavo por sus propios hermanos (Génesis 37). Fue engañado y acusado falsamente por la esposa infiel de su señor. Y, por negarse a aceptar sus propuestas, fue puesto en prisión, donde las personas a quienes ayudó se olvidaron de él (Génesis 39-40). Pero a pesar de estas pruebas tan difíciles, permaneció fiel a Dios.
Ester (traducción de su verdadero nombre, Hadasa) fue separada de su familia a corta edad y fue entregada a un rey pagano (Ester 2). De un momento a otro, sus sueños personales, aspiraciones y futuro quedaron atrás, debido a su juventud y belleza. Más tarde, como reina, Ester denunció una conspiración genocida diseñada para borrar a su pueblo de la faz de la Tierra. Sin embargo, ella perseveró y se mantuvo fiel a Dios.
Pablo, un apóstol de Jesucristo, enfrentó muchas pruebas. Sus palabras demuestran lo difícil que fue para él: “en azotes sin número; en cárceles más; en peligros de muerte muchas veces. De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones… en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez” (2 Corintios 11:23-27). Pero él continuó firme en su misión de servir a Dios.
Un entendimiento profundo
Increíblemente, estos individuos permanecieron fieles a Dios mientras soportaban pruebas muy intensas y prolongadas con convicción y esperanza. ¿Cómo lo lograron? Aferrándose a un entendimiento espiritual que los mantuvo estables durante sus pruebas y tiempos difíciles.
Pablo fue inspirado por Dios a escribir: “sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28), lo cual es una afirmación de fe. Pablo dijo “sabemos” —no sospechamos, pensamos o teorizamos, sino sabemos— que “todas las cosas” —las agradables y las frustrantes— tienen un propósito productivo y positivo. Éste es un principio poderoso y reconfortante acerca del providencial plan y propósito de Dios.
Esta perspectiva positiva hace que analicemos las cosas buenas, comunes y malas de la vida a la luz del resultado final. Para quienes aman a Dios, ese resultado es bueno. Por eso debemos adoptar una perspectiva eterna mientras transcurre nuestra vida física.
Aferrarnos a este principio nos libera de las cadenas de la preocupación, la desesperación y la duda. No necesitamos prever todas las vueltas y circunstancias de la vida anticipadamente; tampoco manipular eventos ni personas para nuestro beneficio.
A quienes aman a Dios
Obviamente, a todos nos gustaría beneficiarnos de este concepto. Pero ¿es para todos? Dios lo ofrece a quienes Él llama —primero unos pocos y luego a toda la humanidad (Juan 6:44; 1 Timoteo 2:4). Pablo también limita esta increíble bendición “a los que aman a Dios”. La libertad, la paz y el gozo están disponibles para quienes aman a Dios verdaderamente.
¿Qué significa amar a Dios?
Amar a Dios implica tomar la decisión de vivir de acuerdo con los parámetros de su guía. El apóstol Juan explica: “este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos” (1 Juan 5:3). Juan entendía que nuestra capacidad de amar a Dios se desarrolla a partir del deseo y la determinación fervientes de buscar su voluntad y obedecer sus instrucciones.
Ése es el desafío para todos los seres humanos. La paz, confianza y fe que experimentaron José, Ester, Pablo y tantos otros requiere que tomemos decisiones basadas en el conocimiento que Dios nos ha dado. Jesús dijo claramente: “si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mateo 19:17). Para más información acerca de cómo amar a Dios, vea nuestro artículo en línea “Corazón, alma y mente: tres componentes del amor a Dios”.
Este principio de vida exige que seamos más que simples espectadores frente a la vida. La Biblia lo describe como un camino sólido, emocionante y que continuamente está avanzando. Amar a Dios requiere de la decisión diaria y constante de ser diligentes. Dios anima a quienes desean obedecerle diciendo: “Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas” (Eclesiastés 9:10).
Al igual que José, Ester, Pablo y quienes han amado a Dios a través de la historia, los cristianos enfrentan dificultades y desafíos que a veces los hacen gemir y suplicarle a Dios. Pero el resultado final vale la pena.
Al caminar con esta perspectiva, los cristianos inevitablemente cometerán errores y tendrán defectos. José, Ester y Pablo los tuvieron. Nuestros errores y pecados nos traen malas consecuencias ahora, pero incluso para eso Dios tiene una solución. Aunque obviamente sería mejor si nunca pecáramos, cuando nos arrepentimos, Dios puede utilizar las malas consecuencias de nuestros pecados para nuestro bien eterno. Para más acerca de esto, vea nuestro artículo: “El verdadero cristianismo: personas imperfectas que luchan por la perfección”.
Nos aferramos a Dios
Lamentablemente, algunos se equivocan y leen en Romanos 8:28: “sólo les pasan buenas cosas a los que aman a Dios”. Este error ha desanimado y hecho dudar a muchas personas cuando enfrentan pruebas y dificultades en la vida cristiana.
Otros han usado Romanos 8:28 para describir un evangelio de salud y prosperidad, según el cual los cristianos siempre deberían tener buena salud y abundancia física. Esto reduce nuestra relación con Dios a un sistema de mero intercambio y es una idea completamente errada.
Para ser claros, Romanos 8:28 no dice que todo lo que les pasa a los cristianos es siempre bueno.
Jesús explicó: “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece. Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán” (Juan 15:18-20).
Aborrecer y perseguir son palabras fuertes. No expresan acciones buenas ni fáciles de asimilar.
Pablo además introdujo Romanos 8:28 comentando que los cristianos “gemimos dentro de nosotros mismos” y “esperamos [el Reino de Dios] con paciencia” (Romanos 8:23, 25). Al igual que José, Ester, Pablo y quienes han amado a Dios a través de la historia, los cristianos enfrentan dificultades y desafíos que a veces los hacen gemir y suplicarle a Dios. Pero el resultado final vale la pena.
Pero confiad
Jesucristo nos anima diciendo: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33, énfasis añadido).
El principio de Romanos 8:28 sigue muy vigente en la actualidad.
A veces logramos ver el lado bueno de una situación, ya sea que la experiencia haya sido agradable o desgarradora. Pero Dios no nos ha prometido que siempre será así; más bien dice que debemos confiar porque al final las cosas nos ayudarán para bien.
Piense en José. Él entendió después por qué Dios había permitido que tuviera que pasar por pruebas tan difíciles. Cuando habló con sus hermanos, les dijo: “Ahora, pues, no os entristezcáis, ni os pese de haberme vendido acá; porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros… Así, pues, no me enviasteis acá vosotros, sino Dios” (Génesis 45:5-8, énfasis añadido). José entendió que el plan a largo plazo de Dios era para bien, a pesar de todas las dificultades que pasó.
En otras ocasiones, el buen resultado puede no ser evidente o revelado en esta vida. Cuando estaba enfrentando sus pruebas, Pablo afirmó: “he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:11-13).
Todas las cosas
Entonces, ¿cómo podemos aplicar esto en nuestra vida?
Debemos enfocarnos en buscar lo bueno y, a veces, suplicar por el futuro perseverando fielmente en el entretanto. La manera de hacer esto es amar a Dios verdaderamente: “sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza” (Romanos 5:3-4). Y esa esperanza, la esperanza de una vida eterna como hijos de Dios, ¡es invaluable!
Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.