Los cristianos deben estar en el mundo sin pertenecer a él. Esto implica lograr un equilibrio entre nuestra lealtad principal a Dios con nuestra lealtad secundaria a los gobiernos humanos.
Hoy en día existe mucha confusión acerca de la relación que las religiones deberían tener con los gobiernos civiles. Algunas toman posiciones extremas, como afirmar que su religión es el gobierno del Estado. Otras animan a sus miembros a aislarse lo más posible de cualquier relación con el gobierno.
La mayoría, sin embargo, se encuentra en un punto medio, integrando en cierta medida la religión con la política. Lamentablemente, los problemas inherentes de los gobiernos del mundo a menudo crean división en las iglesias y distanciamiento entre sus miembros por razones políticas. ¿Cuál es el problema con este enfoque?
Jesús y sus apóstoles operaron desde una perspectiva muy diferente. Ellos vivían en la complicada situación de estar bajo dos gobiernos: el dominio de la pagana Roma y el poder eclesiástico que Roma les concedía a los líderes judíos, quienes decían representar el gobierno de Dios.
¿A cuál gobierno apoyaba Jesucristo? Solamente al Reino de Dios. De hecho, Cristo apartó el enfoque de sus seguidores de los gobiernos humanos y dirigió sus corazones hacia ese futuro Reino.
La ciudadanía de un cristiano
La afirmación más concluyente de Cristo acerca de los gobiernos fue su respuesta ante Pilato. El gobernador romano, confundido acerca de los cargos de los que acusaban a Jesús, le preguntó si se autoproclamaba rey de los judíos. Cristo le respondió: “Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí” (Juan 18:36).
Pablo entendió esto y le pidió con vehemencia a la Iglesia que comprendiera el principio de que “nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Filipenses 3:20). El apóstol no dijo que nuestra ciudadanía “estará” en los cielos, ¡dijo que ya lo está! Entonces, un cristiano debe desde ahora considerase a sí mismo primero ciudadano del gobierno de Dios y, luego, del gobierno de su nación.
Identificarnos como “ciudadanos de los cielos” es una de las claves para alcanzar la verdadera unidad cristiana.
Identificarnos como “ciudadanos de los cielos” es una de las claves para alcanzar la verdadera unidad cristiana. De otra manera, caeríamos en las “enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, [y] disensiones” (las obras de la carne descritas en Gálatas 5:19-21) que caracterizan la política humana.
Pero ¿cómo debemos conducirnos en este mundo mientras esperamos el regreso de Jesucristo?
¿Alguna vez ha escuchado que los cristianos “están en el mundo, pero no son de él”? Esta expresión proviene de Juan 17, donde Jesús ora por sus seguidores diciendo: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo” (vv. 15-16).
¿Cómo puede un ciudadano de los cielos vivir en el mundo sin ser de él? Estos son tres principios que los verdaderos seguidores de Jesucristo deberían considerar:
1. Dios es quien “quita reyes, y pone reyes”, y no siempre conocemos su propósito y voluntad.
El rey Nabucodonosor no era un buen hombre —la clase de líder por el que un cristiano debería votar en contra, ¿no es así? Sin embargo, Dios no sólo le permitió llegar al poder, sino también conquistar violentamente a su pueblo y destruir su templo. Entre los judíos deportados por los babilonios estaba Daniel, quien con el tiempo fue puesto por Dios en una posición prominente de la corte de Nabucodonosor. Daniel eventualmente interpretó dos sueños del rey, y ambos contienen importantes lecciones para nosotros en la actualidad:
- “Sea bendito el nombre de Dios de siglos en siglos, porque suyos son el poder y la sabiduría. Él muda los tiempos y las edades; quita reyes, y pone reyes” (Daniel 2:20-21).
- “La sentencia es... para que conozcan los vivientes que el Altísimo gobierna el reino de los hombres, y que a quien él quiere lo da, y constituye sobre él al más bajo de los hombres” (Daniel 4:17).
Nosotros, los vivientes, debemos recordar estos principios. ¿Habrán imaginado los israelitas que fue Dios quien le dio poder al malvado Faraón? Leamos lo que dice Pablo, citando Éxodo 9:16: “Porque la Escritura dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra” (Romanos 9:17).
¿Supo desde el principio el profeta Samuel que el hijo menor de Isaí, un pastor de ovejas, sería el rey de Israel? ¡No! Pero Dios estaba llevando a cabo un plan que nadie más veía.
¿Somos conscientes de que no siempre sabemos lo que Dios piensa? ¿Quién de nosotros sabe a ciencia cierta los líderes que Dios elegirá y cuál es su propósito?
Estos ejemplos nos muestran que si nos involucramos en la política humana, corremos el riesgo de actuar contra los deseos de Dios y oponernos a su voluntad.
2. Un cristiano debe respetar a las autoridades y acatar las reglas del gobierno mientras no estén en conflicto con la ley de Dios.
Las palabras de Pedro —“Honrad a todos. Amad a los hermanos. Temed a Dios. Honrad al rey” (1 Pedro 2:17)— probablemente fueron difíciles de escuchar para algunos cristianos de su tiempo debido a la persecución que experimentaban. ¡Y probablemente sean difíciles de escuchar para algunos en la actualidad también! ¿Por qué diría Dios algo así, especialmente cuando algunos líderes son tan indignos?
Pedro explica: “Por causa del Señor someteos a toda institución humana, ya sea al rey, como a superior, ya a los gobernadores, como por él enviados para castigo de los malhechores y alabanza de los que hacen bien. Porque ésta es la voluntad de Dios: que haciendo bien, hagáis callar la ignorancia de los hombres insensatos” (vv. 13-15).
Pablo también describió cómo debe ser nuestra relación con los gobiernos humanos, y su premisa fue: “Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos” (Romanos 13:1-2).
Luego, usó el ejemplo de los tributos (que en su tiempo se entregaban a un imperio pagano y hostil al cristianismo), reiterando la instrucción de Jesucristo acerca de “[dar] a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Lucas 20:25).
Pablo mismo dio ejemplo de su enseñanza de “[pagar] a todos lo que debéis... al que honra, honra” (Romanos 13:7). Cuando estaba frente al concilio judío que quería matarlo y Ananías le ordenó a alguien que “le golpeasen en la boca”, Pablo respondió: “¡Dios te golpeará a ti, pared blanqueada!”. Pero otros lo acusaron de injuriar al sumo sacerdote y el apóstol se disculpó rápidamente diciendo: “No sabía, hermanos, que era el sumo sacerdote; pues escrito está [Éxodo 22:28]: No maldecirás a un príncipe de tu pueblo” (Hechos 23:1-5).
El camino y la voluntad de Dios es que su pueblo respete a los gobernantes humanos y obedezca las leyes civiles.
Un ciudadano de los cielos debe seguir estos ejemplos: respetar y someterse a las autoridades mientras no estén en conflicto con las leyes de Dios.
Por otro lado, hay ocasiones en las que un cristiano debe elegir entre obedecer a Dios o a los hombres. Cuando los amigos de Daniel, Sadrac, Mesac y Abed-nego, fueron amenazados de muerte en el horno del rey Nabucodonosor, permanecieron firmes en la fe y le dijeron: “sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado” (Daniel 3:18).
Y cuando Pedro y los otros apóstoles fueron apresados y amenazados por predicar el evangelio, ellos dijeron: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29).
Un ciudadano de los cielos debe seguir estos ejemplos: respetar y someterse a las autoridades mientras no estén en conflicto con las leyes de Dios.
3. Los cristianos deben orar por sus líderes.
“Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad” (1 Timoteo 2:1-2). Esta enseñanza es indiscutible, sin importar bajo qué gobierno nos encontremos (vea “Orar por nuestros líderes”).
Parte del evangelio implica mostrarle al mundo la causa de sus problemas —el pecado— y predicar acerca del arrepentimiento. Daniel incluso se atrevió a desafiar a Nabucodonosor diciéndole: “oh rey, acepta mi consejo: tus pecados redime con justicia, y tus iniquidades haciendo misericordias para con los oprimidos, pues tal vez será eso una prolongación de tu tranquilidad” (Daniel 4:27).
Daniel honraba respetuosamente al rey, pero también proclamaba la verdad con valentía. No cabe duda de que el profeta oraba constantemente, no sólo por sabiduría, sino también para que su pagano líder hiciera lo correcto.
Embajadores de Cristo
Jesucristo y sus apóstoles nunca intentaron controlar el curso de los asuntos humanos por medio de la política. De hecho, se distanciaron de ella y reconocieron que los gobiernos civiles nunca podrán establecer la paz en el mundo. Sus corazones y energía se enfocaron en el gobierno que Cristo proclamaba y representaba: el futuro Reino de Dios.
Pero hasta que Cristo regrese, Él quiere que su pueblo “Si es posible, en cuanto dependa de [ellos], [estén] en paz con todos los hombres” (Romanos 12:18). Si seguimos estos tres principios, podemos vivir bajo los injustos gobiernos humanos como “embajadores en nombre de Cristo” (2 Corintios 5:20) y buenos ciudadanos de los cielos.